Lorenzo Meyer
5 Jul. 12
EL GRAN SAURIO
En el esfuerzo por mantener la esencia del pequeño cuento de Tito Monterroso, el
título de esta columna no es fiel a la realidad del retorno del saurio priista.
Y no lo es porque éste nunca estuvo dormido tras ser expulsado en el 2000 por la
sociedad mexicana de su lugar de privilegio, sino en duermevela. Fue el
espectacular fracaso de su sustituto, la derecha panista, y la debilidad de una
izquierda derrotada en 2006 lo que despabiló y animó al PRI a recuperar lo que
había sido suyo por 71 años: la Presidencia de la República. Sin embargo, el
entorno social y político al que busca volver el saurio ya no es el que era, ya
cambió.
La expulsión del PRI de "Los Pinos" pudo haber sido el principio
de su decadencia y quizá de su desaparición, pero no fue el caso. Cuando esa
criatura producto de nuestro siglo XX fue echada de la Presidencia, se marchó a
reponerse y sobrevivir en aquellas zonas del país que no fueron muy afectadas
por el cambio del clima político, como el Estado de México, Veracruz o
Tamaulipas. Ahí, el PRI efectivamente recuperó fuerza, en tanto que su vencedor,
el PAN, se desgastó a gran velocidad y la izquierda se dividió más de lo que ya
estaba. Por eso el PRI ha vuelto al centro de la escena en el momento exacto y
usando los métodos que históricamente le son propios.
Y que no se
argumente que en su retiro el PRI cambió. Ese partido sigue fiel a sus orígenes
y a su historia. Indicadores de esto abundan: la impunidad que Enrique Peña
Nieto (EPN) dio a quien lo protegió, el ex gobernador del Estado de México
Arturo Montiel; la forma como en 2006 EPN y Ulises Ruiz buscaron acabar con la
protesta social en Atenco y Oaxaca, los acuerdos para hacer jugar a la
televisión en estas elecciones al lado de EPN y documentados aquí y en el
exterior, la manera ilegal e ilegítima en que se manipularon los recursos
públicos de Coahuila, la compra de votos en gran escala, etcétera. Todos son
ejemplos de que el tigre ni quiere ni puede quitarse las rayas.
No es
posible saber cuál será el efecto final de este ya inminente retorno del PRI al
poder, pero tenemos derecho a imaginarlo basándonos en el examen de su biografía
tanto a nivel nacional como local, en el Estado de México.
LO
QUE ESTÁ EN JUEGO
A diferencia de lo que asegura la prensa internacional
(Financial Times, 2 de julio), en la elección del 2012 no se quiso hacer
triunfar a una opción de centro. Desde hace casi tres décadas, la dirigencia
priista optó por colocarse abiertamente a la derecha. Y la suya no es una
derecha democrática, sino una forjada en la subcultura del que fuera el partido
autoritario más exitoso del mundo en el siglo XX -y aquí éxito se define como el
tiempo en que ese partido pudo mantenerse en el poder de manera
ininterrumpida.
La tercera ola democrática de la historia moderna
mundial, la que se inició en Portugal en 1974 y que llegó a su punto culminante
en los 1990 con la implosión de la Unión Soviética, también llegó a México; en
parte por eso el partido creado hace 83 años por Plutarco Elías Calles se vio
obligado a aceptar su derrota en las urnas en el 2000.
Esa capitulación
del PRI, aunada a la atmósfera creada en 2010 por una cuarta ola democrática
iniciada con la caída de dictaduras en África del Norte y el Cercano Oriente,
pudo haber hecho creer a los optimistas que partidos como el PRI se mantendrían
marginados o de plano desaparecerían, ahogados por el peso de sus abusos y su
corrupción y que finalmente se podía vislumbrar el tiempo de la izquierda. Sin
embargo, lo ocurrido en Taiwán, donde el Kuomintang, otro partido autoritario,
fue capaz de sobrevivir al punto que este año ganó la elección presidencial,
debió alertarnos: los partidos autoritarios pueden reciclarse y volver. Hoy, la
joven e imperfecta democracia mexicana está en camino de colocar en el centro
del proceso político al que fue uno de sus enemigos más persistentes y más
astutos.
En el 2000, a los vencedores, a los que "tomaron palacio" para
supuestamente acabar con el autoritarismo, finalmente, les pareció conveniente
que el partido desplazado no se convirtiera en historia, sino que sobreviviera,
pues podía serles útil contra el verdadero enemigo: la izquierda. Y esa lógica
explica, al menos en parte, que hoy la derecha identificada con el PAN y
encabezada por Felipe Calderón no muestre pesar por dejar un poder que va ir a
dar a manos del PRI de EPN.
LA RELACIÓN ENTRE LA MISMA
ESPECIE
El PRI, como se sabe, no nació como un partido ordinario. Se le
insufló vida desde la Presidencia no para que elaborara de manera independiente
sus plataformas, designara a sus candidatos y compitiera electoralmente. No,
simplemente nació para auxiliar al grupo ganador de la Revolución Mexicana en la
administración del poder adquirido tras la guerra civil. En efecto, el PRI nació
para obedecer a una voluntad superior y administrar una contradicción
permanente: la que se dio entre el discurso del gobierno -democracia y respeto
al marco legal- y el funcionamiento real de un sistema donde no había
contrapesos, no había rendición de cuentas, la corrupción era sistemática y las
elecciones se decidían antes de que se votara. Por una buena parte de los años
que el PRI monopolizó el poder, la administración de la contradicción fue
exitosa y aún lo es en casos como el del Estado de México.
Sin embargo, a
partir del 2000, con la pérdida de la Presidencia, los gobernadores priistas
-que son la mayoría- se independizaron políticamente de cualquier control
superior y se convirtieron en señores de sus feudos. Si finalmente EPN es ungido
Presidente, ¿podrá volver a imponer la disciplina y la centralización que antaño
fue indispensable para el modus operandi priista? Bajo ese mismo supuesto, en el
Congreso federal, ¿los legisladores obedecerán las órdenes de sus gobernadores o
las del centro? Ahora bien, lo más importante va a ser no esa relación interna
del PRI sino la externa: su relación con un entorno más de ciudadanos y menos de
súbditos.
EL NUEVO HÁBITAT Y EL VIEJO SAURIO
En lo
inmediato, el proceso político mexicano depende de cómo se procese el triunfo
electoral que hoy reclaman como legítimo el PRI y todas las fuerzas que le
apoyan o toleran, tanto dentro como en el exterior. Sin embargo, la izquierda,
encabezada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) aún no acepta la validez del
proceso electoral que acaba de tener lugar. Y sin esa aceptación, la legitimidad
del supuesto vencedor no queda afianzada del todo; eso lo sabe por experiencia
propia Felipe Calderón. Así, la forma como se resuelva la impugnación presentada
por AMLO -esta implica reabrir los paquetes electorales, investigar la compra de
votos y los gastos de la campaña- será determinante para la siguiente etapa del
proceso, pues condicionará la manera como los adversarios se enfrentarán en las
varias arenas de la política, cómo se ejercerá el poder y cómo se enfrentarán
los grandes y muy complicados temas de las agendas económica, social y de
seguridad del país.
LO QUE CAMBIÓ
Si finalmente llega a la
Presidencia el hombre de Atlacomulco, el gran problema político será la relación
entre esa Presidencia y el conjunto de intereses que representa -Televisa, los
feudos sindicales, las grandes empresas, etcétera- con esa parte muy amplia de
la sociedad mexicana que ya no está dispuesta a aceptar una restauración. Por
otro lado, también cabe preguntar ¿cuánta energía estará dispuesta a invertir la
sociedad en la defensa de lo ya ganado, en sostener y ensanchar el espacio
democrático? Y es que hay que tener en cuenta lo señalado por Latinobarómetro en
2011, que apenas el 40% de los mexicanos dicen apoyar la democracia.
La
actitud asumida por AMLO al cuestionar la legitimidad y la legalidad del triunfo
priista es ya un indicador de que las agendas del PRI van a topar con
resistencias. Las movilizaciones de los estudiantes del movimiento "#YoSoy132"
son otro indicador. La Ciudad de México, en tanto bastión de la izquierda, será
el escenario privilegiado de la confrontación entre los instintos
antidemocráticos del PRI -el estilo Estado de México de gobernar- y la capacidad
de la sociedad civil para oponerse.
EN SUMA
Todo indica que
una parte -quizá la esencial- del proceso político mexicano en los años por
venir será el esfuerzo de la parte más democrática de la sociedad mexicana -la
izquierda, "#YoSoy132", las ONG y similares- por neutralizar la esencia
autoritaria del PRI. Ojalá ese esfuerzo se hubiera dirigido a algo más
constructivo, pero ese es un "hubiera sido" que ya no tiene caso lamentar.